sábado, 13 de agosto de 2022

Los rocieros tenemos que ser cristianos sin complejos

Hoy quiero comenzar esta publicación haciendo una confesión:

Cuando escribí en junio, sobre el camino de vuelta, lo que buscaba era dejar de venir por aquí el segundo sábado de cada mes. Redacté esa entrada a modo de despedida, como hice en el blog de la parroquia de San Pascual, pero llegó julio y sentí necesidad de regresar para dar gracias. Y este mes, con la cercanía de la Asunción de la Virgen, se puede decir que me ha pasado lo mismo. 

Meditaba las lecturas de este domingo, XX del tiempo ordinario, para preparar la publicación y pensaba... ¡qué cierto es eso de que Jesús no vino a traer paz sino división! Y luego he visto la facilidad con la que me volvían los reproches a la mente, y lo fácil que me hubiera resultado volver a volcar por aquí mi indignación pero... ¡no! ¡En esta ocasión no quiero caer en esa tentación! Prefiero intentar ser una cristiana sin rencores, buena persona, que quiere perdonar los abandonos, rechazos, humillaciones, traiciones e injusticias sufridas en los últimos años (que quien me conoce sabe que no han sido pocos los palos recibidos ni pequeños), y seguir adelante, intentado recomenzar mi vida, transmitiendo, desde donde se me deje, la alegría que llevo dentro por saberme hija de Dios y de la Virgen María.

Y esto último, que a veces se puede olvidar, es lo que a mí me recordaba el Evangelio de hoy (12,49-53). No sé si el bautismo al que se refería Jesús era un preanuncio de la Pasión que tendría que vivir y por eso sufre angustia. No sé si puede aludir a Pentecostés y la lluvia de lenguas de fuego; pero sí tengo claro que a mi me ha recordado al sacramento que todos los cristianos recibimos para convertirnos en nuevos hijos de Dios en la tierra, en otros Cristos andantes, y todo lo que eso significa. 

Nunca ha sido fácil ser cristiano, menos todavía si te declaras rociero, porque rápidamente te asocian con la fiesta y te censuran por ello, y precisamente por eso creo que es posible que tú también hayas podido sentirte verdaderamente quemado ante algún problema y/o dificultad y hayas terminado enfadándote con el mundo entero. Y yo me preguntaba... ¿es ese el tipo de fuego que se espera de nosotros? ¿Apostamos por el infernal o por el del Espíritu Santo y su energía transformadora? 

Tal vez la primera batalla que tengas que disputar para defender tu condición de cristiano sea en la misma Iglesia, porque sigue habiendo muchos fariseos y muchos seduceos, así como sacerdotes que en vez de mostrarte al Pastorcito Divino y llevarte hacia fuente tranquilas, parecen Caifás, Herodes o Poncio Pilato y te acaban llevando a la Cruz. La segunda quizá entre tu propia familia y tus amigos porque no te entenderán y puede ser grande el sentimiento de incomprensión. La tercera, te aseguro que te dará igual si superas las dos anteriores.

Si te condenan a muerte como Jeremías, porque tus palabras no gustan, habla a tu Rey como el salmista: "Señor, date prisa en socorrerme" y sigue adelante de la mano de la Virgen porque la verdadera romería del Rocío es Caminar con Ella día a día hacia Cristo. 

Dios nos motiva a ello desde su carta a los hebreos cuando nos dice "no os canséis ni perdáis el ánimo".

Y para terminar, seas rociero o no, joven o mayor, quiero recomendarte que te asomes a esta charla que yo estuve escuchando el otro día. Es del párroco de Almonte, la dio en el XXXII Encuentro de jóvenes rocieros, y habla sobre esa dificultad de ser cristianos y la necesidad de ser valientes y sin complejos.



¡Nos vemos en septiembre, si la Virgen quiere y gana esa gota de Rocío a su Divino Hijo!

¡Y disfruta en unos días del Rocío Chico!  

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