Llevo tiempo sin escribir pero hoy, aprovechando que me apetecía venir a dar un poco de vida a este rincón, que tenía un buen motivo para ello y que era viernes (el día en el que tantas veces nos hemos encontrado por aquí) he querido sentarme a compartir contigo la ampliación del testimonio de una experiencia de fe intensa que viví de la mano de la Virgen.
¿Te acuerdas de la invitación que te hice a venir a visitar a la Reina de las Marismas junto a la diócesis de Getafe? Pues, gracias a Dios, al final pudimos realizarla. No habría sido así de haber tenido lugar una semana más tarde, porque fue cuando se inició lo que se ha convertido en esta enorme y terrible crisis causada por el coronavirus. Tuve el privilegio de poder colaborar en algunas tareas organizativas y de encabezar el grupo del Arciprestazgo de Aranjuez; vi hecho realidad el sueño de estar ante la Madre de Cristo y de la Iglesia con la gente de mi ciudad (aunque faltaron muchas personas que me hubiera gustado que me acompañaran); descubrí en primera persona cómo para Dios no hay nada imposible; y viví todo como un enorme regalo que me hacía la mismísima Virgen.
Al regresar, por si no había tenido suficiente, me solicitaron un breve testimonio y escribí esto que se ve en la imagen:
Pero como me parecía poco he querido aprovechar este tiempo de confinamiento, y que estamos en la recta final hacia un nuevo Pentecostés (fecha en la que cada año se celebra la romería de El Rocío), para compartir por aquí algunas impresiones más y hacer de esta manera un pequeño y simbólico camino para enriquecer con él la unión que siento con mi Madre del Cielo.
Fuente: Publicación mensual de la Diócesis de Getafe "Padre de Todos". Número 279 marzo 2020 |
Pero como me parecía poco he querido aprovechar este tiempo de confinamiento, y que estamos en la recta final hacia un nuevo Pentecostés (fecha en la que cada año se celebra la romería de El Rocío), para compartir por aquí algunas impresiones más y hacer de esta manera un pequeño y simbólico camino para enriquecer con él la unión que siento con mi Madre del Cielo.
Para empezar quiero contarte que, desde el primer momento, intuía que acompañar a la diócesis de Getafe,
para encomendar a la Virgen del Rocío la aplicación del nuevo Plan de
Evangelización, escondía algo especial detrás. Sospechaba que nada de aquello estaba siendo fruto de la casualidad y con el pasar de los días parece que así lo voy confirmando. Ya en el autobús comenté que tanta cosa buena me asustaba un poco pero nunca imaginé que lo que encontraría sería esta dura prueba que tanto me está haciendo pensar (y creo que crecer). No sé cómo acabará esta historia. Sí tengo claro que para ver los frutos de esta peregrinación debo esperar, como no podía ser de otra manera.
Yo no soy rociera por tradición y tardé 20 años en poder acudir a mi primera romería. Mis vivencias
presenciales en las grandes celebraciones han sido muy pocas pero, en cambio, las
espirituales (forzadas por la distancia física) no han dejado de crecer cada día, especialmente después de
reencontrarme con la Iglesia. Quizá sí podría decir que soy rociera por devoción, aunque el ambiente en el que he crecido tampoco ha sido especialmente religioso. En cualquier caso... ¿qué más da? Lo que importa es que soy rociera y ya está. Y lo soy porque de la mano de la Hermandad de Torrejón de Ardoz tuve el Rocío más especial que jamás podía haber imaginado. La Virgen quiso que, de mano de sus hermanos, me enamorara aun más de esa imagen y todo el misterio que encierra y Jesús, que no niega nada de lo que su Madre le pide, me ha regalado lo más grande que tengo: a Ella. Ojalá pueda seguir cantando por mucho tiempo el
estribillo de una sevillana que, desde mi adolescencia, tengo colgada en
la habitación:
Gracias Dios mío
por darme lo que he soñao,
que de herencia no he vivío,
tenerte siempre en mis labios
¡Virgen Santa del Rocío!
Si hoy me preguntaran, como se planteaba
en una de las catequesis del viaje, que si María tiene importancia en
mi vida. La respuesta es un sí rotundo. No me canso de decir que es mi
motor y guía. Confieso que, más allá del interés en conocerla y amarla, a
veces me arde el corazón con fuertes deseos de querer parecerme un poco
a Ella y me da pena ver la facilidad con la que choco contra mi enorme
pobreza e ignorancia, confirmando así que nunca seré capaz de hacerlo
por mis propios medios. Y, oye, que bendición es eso de no poder porque así estoy obligada a seguir teniéndola como modelo.
Creo que sí
que estaría dispuesta a entregar mi vida por defender quién es María,
siempre y cuando se me permita hacerlo desde el carisma rociero que es
el que a mí me llena y el que yo quiero transmitir. Y en esa dirección
han ido dirigidos mis pasos en los últimos años con el fin de intentar
alcanzar varios objetivos. Cuando se nos permita regresar al templo
iremos viendo qué sale de todo esto.
Tan
grande es el cariño que guardo a la imagen de la Blanca Paloma... tanto
el alivio, el consuelo y la paz que me da contemplarla... que he llegado a
cuestionarme si lo mío, algunas veces, no estará rozando la idolatría. De
hecho le comentaba, unos días antes de la peregrinación, a una hermana
Concepcionista Franciscana de Aranjuez que yo sé que lo que veo es una
talla de madera pero que allí, hasta ahora, siempre he sentido que me
estaba encontrando con la propia Virgen. Y ella, con enorme cariño,
me explicaba que no debía angustiarme con esos pensamientos. Me decía
que diera muchas gracias al Señor por el amor tan grande que ha puesto
en mi corazón, que seguro que se alegraba mucho de ver todo lo que
quiero a su Madre, y que no sufriera porque esa imagen está bendecida y,
por tanto, es objeto para el encuentro de Dios con el hombre y el medio
que yo utilizo para venerar a la Virgen. Y con esa catequesis quién no
marchaba hasta Ella con una inyección de motivación extra.
Siento que fue muy poco el tiempo que tuve en Almonte para estar con su Patrona pero el suficiente para, con la perspectiva que se ve en la imagen (esta vez no hubo nadie que por detrás me robara una foto para sacarme agarraita a la reja almonteña), saludarle, darle las gracias, mirarle a la cara, sentir cómo me decía "¡Qué feliz estoy, hija!" y poder responder "Yo también, Madre". Le conté que quería regresar este año a la romería pero que tenía dudas (ahora ya no me queda ninguna porque, como era de esperar, se ha visto suspendida. Espero que al menos en su pueblo puedan disfrutarla, pronto, otra vez con el templo abierto) y tras despedirme fui al encuentro con su Hijo en la Eucaristía. ¿Qué más podía pedir? Si por un momento lo tuve todo y de allí me traje la fuerza que me ha sostienido hasta el momento en medio de este desierto.
La
vigilia celebrada en la basílica de la Macarena, así como la misa en la
catedral de Sevilla, no fueron para mí sino dos ocasiones más en las que poder dar gracias a Dios por
todo lo vivido porque cada día me regala más a través de esta bella devoción, hasta el punto de que la expresión "todo es Gracia", que tantas veces he oído,
yo la estoy convirtiendo, no sé si
acertada o equivocadamente, en "todo es Rocío".
Madre bendita, cuídanos, protégenos y no ceses de mostrarnos a Jesús en la adversidad. Intercede para que el Pastor Divino no deje de iluminarnos con los dones de su Espíritu y nos lleve hacia esos tiempos tranquilos que ya vamos necesitando. Blanca Paloma, no dejes de cubrirnos con tus alas. Dulcísima María, llévanos bajo tu manto. Mujer vestida de sol y cubierta de estrellas ampáranos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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