Sigue avanzando el año y el tiempo no se detiene, a pesar de que los rocieros muchas veces pidamos lo contrario cuando cantamos. Y en el caminar del año litúrgico me alegro de poder venir este mes de marzo, en las vísperas del II de Domingo de Cuaresma, a dar gracias nuevamente a la Blanca Paloma (aunque tenga que ser por aquí).
Hoy hubiera sido tarde de una nueva sabatina rociera y por eso vengo, a la luz que emana del faro de la Madre de la Iglesia, a compartir contigo algunas reflexiones.
Confieso que esta vez me siento un poco hipócrita porque ando un poco en crisis a nivel de fe. Me siento en medio del desierto, al que parece que el Señor también quería sacarme no sé si para hacer conmigo una alianza como la de Abrán, y aquí estoy comprobando en mis propias carnes que no es fácil aceptar la voluntad de Dios cuando todos tus planes, por todas partes, se vienen abajo continuamente y ves que lo que te queda en la vida son las cosas que siempre has intentado evitar. No sé qué haces tú cuando las circunstancias te superan, anímate a dejarme un comentario con algún buen consejo porque me gustará leerlo, pero yo he empezado a pensar que quizá intentar vivir las bienaventuranzas va a ser mejor opción y mi última esperanza para no terminar de perder la ilusión.
Si eres un rociero, un cristiano o simplemente una persona que está atravesando un momento difícil me gustaría animarte, como estoy intentando yo, a buscar a Dios y encontrar en Él tu luz y salvación. Dile, como el salmista, y quizá como el mismo Cristo: "Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio" (Sal 27 (26) 8b-9abc).
La Cruz se hace pesada y un sinsentido cuando es la mismísima Virgen la que se ha convertido para mí en ella. Menos mal que, gracias a Dios, hay un pensamiento que últimamente me viene con frecuencia a la cabeza y me da fuerzas para soportar la adversidad: un buen rociero no debe encontrar mayor gozo en esta vida que morir colgado de los brazos de Aquella a la que ama porque así es como podremos sentirnos igual de abrazados y acogidos que el mismísimo Pastorcito Divino. Soportar esa carga es poder llevar su paso sin meterse dentro y recorrer el mundo intentando mostrar su imagen a través nuestro.
Cuando todo falla la espera en el Señor es lo que nos queda. En tiempos tan difíciles como los que, posiblemente, la mayoría estemos viviendo actualmente (cada uno con nuestras cosas en medio de un mundo que cada vez está más loco y muerto) creo que sería bueno que intentásemos dar vida a la Palabra, mantener el ánimo y ser valientes (Cf. Sal 27 (26) 14). ¿Cómo hacerlo? Pues tal vez con una valentía creativa y constructiva, como la que llevó a cabo san José, que huya de la guerra y la violencia. Imitemos el ejemplo del apóstol san Pablo una vez producido su encuentro con Cristo, como se nos exhorta en la carta a los filipenses (Flp 3,17-4,1), y aspiremos a inscribir nuestro nombre en el Cielo mejor que perseguir las cosas terrenas que al final son todas humo y vanidad. Miremos a la Virgen, que es refugio, consuelo y auxilio de los que la queremos, y al Pastorcito Divino del que Ella no aparta la vista. Hagámonos dóciles al Espíritu Santo para que se pueda obrar primero nuestra transformación personal y luego, quizá, la de la sociedad.
Persigamos en las próximas semanas llevar una vida sencilla y de oración, pidamos por la paz, no dejemos de prepararnos para una nueva Semana Santa mientras continuamos peregrinando por este valle de lágrimas sin perder la alegría que caracteriza al rociero porque nosotros, seguramente de forma similar a la de Pedro en el Evangelio (Lc 9, 28b-36), tenemos la suerte de vivir cada primavera, cuando vamos a la aldea a celebrar Pentecostés, de tener experiencia de ese adelanto del Cielo en la tierra en el que vemos cambiarse los rostros y brillar los vestidos.
¡Ya falta menos para esa nueva transfiguración! No dejemos de caminar de la mano de la Virgen confiados hacia el Encuentro con el Padre quien, desde la nube, nos pide que escuchemos a su Hijo, el Elegido.
¡Mantengámonos firmes en el amor de Dios! ¡Con Él, y en Él, venceremos y recibiremos la Salvación prometida!
Totus Tuus María.
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